Sobran Arquitectos

Una ácida crítica, a modo de “una humilde propuesta” del estado de la profesión durante la crisis.

Sobran Arquitectos

Los arquitectos, aun constituyendo un colectivo de lo más variado, padecemos un defecto patológico: querer dedicarnos a la arquitectura. Esta afirmación, que muchos calificaréis de obviedad, no lo es en absoluto, pues sólo los buenos conocedores del gremio saben de la obstinación, en tanto que “ut animal pertinax asinum”, de los individuos pertenecientes a esta especie. Valgan pues estas palabras para advertir al ciudadano respecto de un asunto que considero de la mayor importancia y que de no ser tratado por nuestros gobernantes con la mayor celeridad provocará, a buen seguro, daños irreparables a la sociedad cuando no escenas familiares de lo más lamentables.

Hay arquitectos, los menos, que percatándose de la profundidad de la crisis del sector o simplemente por imperante necesidad económica tratarán de encontrar otra ocupación que les permita llevar algo de dinero a casa. Así, tal y como está el mercado laboral, pronto podremos disfrutar de un trayecto en taxi donde el conductor, doctor arquitecto, te dará la paliza en plan guía turístico con tal o cual edificio. Está claro que a la larga esto puede ser una molestia para el ciudadano, pero les garantizo un martirio insufrible en el momento en que los arquitectos se pongan a hacer de camareros, políticos o de escritores de artículos del tres al cuarto.

Hay otro tipo de arquitectos, los más, que no conciben otra tarea en la vida que el ejercicio de su amada profesión, son los irreductibles. De esta clase, habrá una pequeña parte, no ligada a condicionantes familiares o de otra índole, que emigrarán a países más prósperos, y no faltará gente que, quizás con razón, respire aliviada, aunque personalmente se me ocurren al menos media docena de colectivos profesionales más nocivos o perversos o al menos igual de viciosos a los que preferiría ver cruzar la frontera en primer lugar. Pero la mayor parte de estos arquitectos irreductibles son lamentablemente incapaces de reciclarse. Esta tozudez, que no perseverancia, será el cimiento de dolorosas angustias y depresiones crónicas que no contribuirán de una manera nada positiva al gasto sanitario público ni por descontado a la economía y bienestar de sus familias.

Ante un panorama tan desolador, habilidosos arquitectos se han avanzado a lanzar ideas para aminorar los efectos de la crisis (al menos en lo que a ellos les atañe). Han aparecido propuestas de determinados grupos que tratan, en esencia, de facilitarse el poco pan que queda en materia de trabajo público en detrimento del resto del colectivo. Esta propuesta, cuya bandera es la desunión, no parece justificable ni aún siendo hija de la (supuesta) necesidad de algunos. En todo caso no me toca a mí evaluar la catadura moral de tal propuesta, lo justa o injusta que se pueda considerar, ni siquiera lo oportuno de la misma. Lo que me parece totalmente inadmisible es su falta de elegancia.

Me gustaría señalar que tanto la mencionada propuesta como otras que han llegado a mis oídos adolecen de un grave error de base y es que no proponen una solución general para el conjunto del colectivo de arquitectos. Y es aquí, donde me felicito por aportar una solución que sin duda resolverá de raíz la precariedad laboral en la que están sumidos gran parte de nuestros compañeros.

Quiero ante todo advertir al lector que no encontrará en esta propuesta el rigor de un proyecto ejecutivo, pues no es esa mi voluntad. Sin embargo encontrará en ella la coherencia, viabilidad, sostenibilidad, y brillantez que corresponden a un excelente anteproyecto.

El  hondo calado de la crisis, juntamente con la necesidad de reformular el sistema productivo del país, hace esperar que la actual crisis económica sea duradera. Desde una perspectiva global el problema se solventará en el momento en que la oferta se ajuste a la demanda. Y aquí ruego me disculpe el lector si le parece mi exposición demasiado simple pues considero que el mérito de la misma es precisamente su sencillez. Como se sabe, en los últimos diez años se ha construido lo que se necesitaba para los próximos treinta años. Así, el exceso de ladrillo está condenando a un sector, el de la construcción, del que no se prevé una recuperación ni a corto ni a medio plazo. Desechando pues toda posibilidad de modificar sustancialmente la demanda en un período razonable y lejos de pretender ejercer de Nerón posmoderno (una vía de actuación particularmente insostenible) se trataría de reducir la oferta de arquitectos a la escasa demanda de trabajo.

Según indican las estadísticas, próximamente dos de cada tres arquitectos no podrán ejercer como tales, de lo que se deduce que sobran más del sesenta por ciento de los profesionales. En España contamos con más de cincuenta mil arquitectos colegiados, a los que añadiremos diez mil más de no colegiados (estimación directa). Según mis cuentas, de estos sesenta mil solo serían necesarios unos veinte mil (un ingeniero amigo mío dice que todavía sobran más, pero prefiero pecar de prudente). Sobran pues cuarenta mil arquitectos. La cifra puede parecer ingente, pero no lo es tanto cuando uno piensa en que tal cantidad no llena ni medio Camp Nou.

Con el diagnóstico realizado y establecido el tratamiento, el de la amputación, sólo nos queda concretar el procedimiento. A nadie se le escapa que ésta es la parte que puede generar una mayor controversia y que de la bondad de la solución depende el éxito o fracaso de nuestra empresa.

Del excedente de cuarenta mil arquitectos, descontaremos de antemano unos cinco mil que optaran por ejercer la profesión en el extranjero. Para recortar la masa crítica de arquitectos se establecerá la jubilación forzada a partir de los cuarenta y cinco años, pues son los arquitectos veteranos los mas agotados con los excesos de trabajo de los últimos tiempos y deben ser, con justicia, preferentes en nuestra lista. También se jubilará al conjunto de arquitectos no colegiados, fueren de la edad que fueren. Esto les ahorraría en el futuro la cuota colegial y, en su mayoría, el seguro de responsabilidad civil, lo que sin duda me haría merecedor de un pequeño homenaje. Quiero dejar constancia, para acallar cualquier suspicacia, que el autor de la presente propuesta es, evidentemente, un arquitecto colegiado menor de cuarenta y cinco años, pues todo buen predicador predica con el ejemplo.  Falta ahora la tarea mas difícil, la parte que no puede descuidar ningún estadista que se precie, establecer la vía de financiación para estas treinta y cinco mil jubilaciones anticipadas que permitirá a los afortunados vivir del cuento.


La fuente de ingresos principal será la creación de un canon artístico grabable a todas las viviendas del país, para lo cual las más de veintiséis millones de viviendas censadas en España serán declaradas bien de interés histórico-artístico (BIHA). Puede parecer un tanto cínico y sé que muchos no perdonaréis semejante indulgencia, pero cabe considerar esta proclamación en lo que al arte se refiere como un acto de generosidad ciega. Tengamos en cuenta que aun siendo pocos los edificios con valor artístico es indiscutible que no puede existir ningún edificio que no sea histórico. Dejo en manos de los políticos la terminología exacta del tributo, pues puede que consideren que “canon” suena a día de hoy peor que “impuesto” o “tasa”.

Según mis cálculos bastarán unos treinta y cinco euros de contribución anual. ¡Sólo treinta y cinco euros al año!. Apenas tendremos opositores a tal medida siendo como es una medida justa y razonada. Paga más quien más pisos tiene, se paga apenas una propina y se paga con gusto ya que, aunque el propietario ya lo sospechaba, se le certifica que vive en un BIHA.

La mayor parte de la gente no estará satisfecha hasta que se le otorgue un certificado en papel; es aquí donde se podrán amortizar los cientos de plotters que languidecen aparcados en un rincón del estudio con el ahorro que esto supone para el estado. Se expedirán certificados normalizados, desde un tamaño A-5 hasta un extra grande tipo A-0 que el propietario escogerá para su gusto y disfrute. Evidentemente los costes de emisión irán a cuenta del interesado. También se podrá emitir, si el propietario expresamente lo solicitase, el certificado en formato digital, lo que permitirá desempolvar el lector de tarjetas y usarlo de una vez por todas como tal.

Quisiera apuntar, como algún ávido lector ya habrá elucubrado, que la declaración de todo el parque residencial español como BIHA, abre un amplio campo posibilidades en cuanto a la financiación se refiere, y aun siendo el canon la principal fuente de ingresos no podemos menospreciar la ocasión de complementarlo con otras fuentes menores de ingresos, que en todo caso se concretarían en un desarrollo posterior.

Hasta aquí los planteamientos formulados nos han servido para cortar la hemorragia y, tal vez, empezar a sanar la herida, pero la hospitalización será larga. No me gusta escatimar esfuerzos si de mis acciones depende el mitigar futuras penas y arrepentimientos, así que haré unas consideraciones gratuitas respecto a los futuros arquitectos.

Ante las perspectivas laborales actuales, el estado mental de los estudiantes de arquitectura es una cuestión que debería preocupar a los especialistas. Son como el típico grupo de amigos que llega a una fiesta cuando esta ya ha acabado, se encuentran un panorama de excesos con gente que ha mamado demasiado y, lo peor de todo es que ni en la nevera, ni detrás de las bolsas de plástico, les han dejado una miserable cerveza. En todo caso os aconsejo que tratéis de perpetuaros en la universidad. No tengáis prisa en acabar vuestros estudios y alargad este grato período todo lo que el bolsillo de vuestros padres os permita. Pensad que el estudio redundará en vuestra formación y presumiblemente en vuestra prosperidad.

Como habréis comprobado en épocas de crisis el tiempo pasa más despacio y puede que algún insensato sienta la necesidad de terminar imperiosamente la carrera. Antes de cometer semejante imprudencia sólo os pido que no os apresuréis, pues os tranquilizará saber que la bondad de nuestros gobernantes prevé establecer vuestra jubilación a una edad cercana a los ochenta y cinco años, lo que os dará margen de sobra para desarrollar vuestro, a buen seguro, juicioso ejercicio de la profesión

Los que busquen una profesión con futuro deberán avanzarse a las nuevas tendencias sociales. Sin embargo habrá que ir con cuidado de no abusar de las modas. Desde hace ya unos años se ha puesto de moda la gastronomía y a día de hoy  tenemos casi más cocineros que comida. También estaba de moda ser arquitecto y sin ningún tipo de control ni previsión se crearon facultades de arquitectura a destajo. Si se aplica felizmente mi plan, os aventuro que en breve se pondrán de moda las bellas artes en general y la historia de la arquitectura en particular, pues a los ciudadanos, viéndose súbitamente envueltos por tanto BIHA, se les despertará la vena artística. Con el despertar de todas estas sensibilidades y rodeados de tanta belleza certificada, no resultará extraño detectar por doquier a individuos paralizados bajo los efectos del síndrome de Stendhal, especialmente en las afueras de Cunit.

Quién me haya acompañado hasta aquí conoce las virtudes y bondades de mi proposición. Se trata, como ya he anunciado, de un problema de carácter sanitario. Por último, pido al lector que sea misericorde y haga llegar este escrito a las personas que considere oportunas, pues, quizás en él esté la salvación.


Afueras de Cunit, a 28 de junio de 2011

Imagen de cabecera: Falling-man de James Wedge

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